En su nueva obra “De bien nacidos”, Membrive aspira a viajar al mundo de su infancia, de sus recuerdos, de su gente, aunque ya no sea posible, aunque todo, con el tiempo, se haya desvanecido…

A menudo, es fácil identificar la felicidad con el tiempo pasado, con esos bellos recuerdos que la mente retiene, de la niñez, de la juventud, pero, sobre todo, con esa elevada visión que el autor tiene de un mundo mejor, más noble y más justo; visión que se destruye con el paso del tiempo, porque, queramos o no, este mundo acaba por contaminarnos y por hacernos perder esa dulce esperanza de poder cambiarlo todo, de poder trasladar esa bella visión que poseemos en nuestro interior hacia el exterior, pero que, irremediablemente, termina chocando con esa barrera infranqueable que es la realidad, y consumiendo las aspiraciones de todo espíritu puro, aunque con el tiempo, pueda volver a renacer.

A veces, puede ser cierto que sólo apreciemos realmente el valor de los momentos cuando ya se han convertido en recuerdos; a veces, la belleza se hace patente en la distancia, en el horizonte, en el recuerdo de una niñez, de un lugar, de unos padres, de una familia y de una tierra; y esta condición es extensible a todos nosotros.

Por eso, pienso que este libro, tal y como describe José Membrive, va a conseguir que nos identifiquemos con él, pero no sólo eso, sino que, además, su forma de expresarlo, esa dulce melancolía que impregna toda  sus obra, ese amargo dulzor que denota en cada una de sus líneas, en las que constantemente se respira esa nostalgia producida por la herida de los recuerdos, de aquellos momentos que ya nunca volverán…, pues, además de identificarnos, logrará trasladarnos a otra época, a otro modo de ver, hasta conquistar ese reto que desea todo escritor: el de transmitir, el de hacernos sentir al leer su obra lo mismo que él  sintió al escribirla.

Y es precisamente este sentimiento el que desde sus palabras nos reclama, el que nos grita: no dejemos perder, no nos permitamos partir  de aquí sin saborear completamente los momentos presentes, que no dejemos que se vuelva a repetir lo mismo que sucedió de aquí hacia atrás. Tenemos que desgranar cada segundo del tiempo, valorar cada instante actual, cada día, antes de que se torne en recuerdo. Este es un miedo que nos alcanza a todos, el de no aprovechar el tiempo que se nos ha dado, el de marcharnos de aquí sin haber disfrutado lo  suficiente, sin haber aprendido lo necesario, sin haber acabado lo que creíamos que veníamos a realizar.

Membrive desmenuza esos instantes, este paso por la vida, esos recuerdos que han representado su vida, y lo hace con intensa pasión, con profundo sentimiento, con una muy cercana lejanía, pues consigue acercar lo que está tan distante, y al mismo tiempo que nos acerca a su mundo, también nos sumerge en el nuestro propio.

Es inevitable percibir entre sus líneas una gran luz, luz que, probablemente, fue precedida de una honda oscuridad. Tal vez, esa es la lección, el aprendizaje que comparte con todos nuestro querido autor, ese paso de la oscuridad, de la que él expresa que fue rescatado, hacia la luz; un importante paso, cuya causa él atribuye a todos aquellos que le ayudaron a encontrar esa luz de nuevo aunque, más bien, entiendo, al leer su obra, que siempre fue pertenencia de él mismo.

Porque todos necesitamos que otros nos despierten, despierten nuestros miedos, nuestras debilidades, nuestras dudas, nuestros remordimientos, nuestro sufrimiento, nuestro amor, nuestra fuerza…para poder desarrollar nuestras virtudes, para aprender a superar el  dolor…, por tal motivo se presentan en nuestra vida, en nuestro proceso  de aprendizaje, y estoy seguro de que Membrive ha descubierto esta profunda enseñanza, pues lo describe con impresionante exactitud y ternura, con profunda humildad y sinceridad, así como, gracias, sin duda, a su experiencia pasada y a la sedimentación de su espíritu, con una apacible serenidad.

Pero también se distingue en este proceso que es su poemario “De bien nacidos”, una sed, una puerta abierta a la esperanza, al descubrimiento de ese futuro que vendrá, con ilusión, y que perdurará hasta que llegue ese paso a través del umbral, el umbral de la muerte, a la que, estoy seguro, él ya no teme…

Hoy día los mensajes de los autores quizá no sean tan universales, sino que se concentran en círculos con los que se sintoniza, con los que existe una sincronía, y a ellos llega esta determinada obra, aquel determinado poemario… y, sinceramente, me alegro de pertenecer al círculo de Membrive, de poder disfrutar y regocijarme, de emocionarme con sus poemas, de poder asomarme a su mundo más interno, a ese mundo pleno de desesperanzas e ilusiones, de dolor y felicidad, de tristeza llena de tanta belleza…

Leyendo sus versos, es inevitable sentir la emoción, esa emoción que va impresa en cada una de sus líneas, la fuerza que expresa al sobreponerse al dolor de las grandes pérdidas, de esos momentos de oscuridad que describe tan bien y que hacen que se nos oprima el corazón hasta casi dejarnos sin respirar.

Los poemas de Membrive calan hasta lo más hondo de nuestro ser, pero  no sólo los suyos, pues en esta obra he podido comprobar cómo otro autor, concretamente, su hijo Eduardo, ha heredado su don, y sus palabras también consiguen llegar al alma, hasta hacernos emocionar, hecho que me ha sorprendido muy gratamente.

Aunque se trate de un libro personal e intimista, no dejaremos en todo momento de identificarnos en cada una de sus páginas con situaciones y sentimientos que cada uno de nosotros también vivió en el pasado y que nos conmovieron, propiciando que  seamos el ser que somos; situaciones y vivencias que han marcado un antes y un después, que han influido y moldeado al que hoy en día hemos decidido ser. Relata vivencias y acontecimientos que tocaron nuestro corazón, y nos transformaron profundamente o, al menos, transformaron nuestro modo de ver y entender la Vida.

Algo que me ha impresionado en esta nueva obra de Membrive es el modo de describir a sus hermanos, a su familia, de tal manera que consigue que, sin conocerlos, nos conecte con la parte más profunda de cada uno de ellos, hasta hacernos sentir su alma, divisar su espíritu, ese espíritu que vive en el recuerdo de nuestro querido autor y que, sin duda, forma parte de su propio espíritu, porque lo que él ve en cada uno de aquellos a los que ama no es otra cosa más que lo que reside en él mismo, en su propio corazón.

Nuestro autor realiza un acto de gran valor al abrir las puertas de su corazón, de su parte más íntima, y exponerla al público, al mundo, en un libro lleno de afecto y ternura.

Habla en su obra de sus padres, de lo que le transmitieron, no solo de palabra, sino con ese lenguaje que no está escrito en las páginas de los libros. Porque el verdadero lenguaje, en realidad, está escrito en las arrugas de nuestros mayores, en los pliegues de ese pergamino que es su piel, un lenguaje que nos habla de sacrificio, que describe trabajo, entrega y conocimiento. Y eso es lo que consigue transmitirnos Membrive en su obra, ese lenguaje perdido, ese amor y conocimiento ancestral que hoy es tan difícil entrever, ese legado tan importante de nuestros padres.

El gran error que muchas veces cometemos desde que nacemos, es considerar los bienes que recibimos desde el momento en que llegamos a este mundo, como un derecho inherente al hecho de haber nacido, porque puede que, en realidad, no sea un derecho que poseemos, sino un regalo, una ofrenda que nos brinda la Vida y nuestros padres.

Y a este regalo, a esta ofrenda, a este tiempo que se nos ha dado, con todas sus bajadas y subidas, con sus idas y venidas, debemos Gratitud, esa Gratitud que hace al ser mucho más pleno, que le otorga visión y abundancia, y que le hace más feliz en su paso por la vida.

Y este poemario de Membrive es, sobre todo y ante todo, un canto a la Gratitud, un canto de agradecimiento a la vida por todo lo que le ha dado, en este breve espacio de tiempo del que ha disfrutado. Un poemario pleno y lleno de riqueza, y que sin lugar a dudas, llega al corazón porque sale del corazón.

 

José Luis Villar

Presentación del libro De bien nacidos

Jaén, 21 de febrero de 2018

 

Querido Pepe: quiero mostrarte, con estas breves palabras, que me he leído muy atentamente tu libro y, como me considero bien nacida, te agradezco este ejercicio de amor que haces en él, intentando dar respuesta a lo que nos propones en el Epílogo bajo el lema de Consejos:

  1. Nos conocimos en la universidad, año 1974… Tú, recién salido del seminario, yo, de una adolescencia mojigata. Parecía que todo era nuevo para los dos; pero muy pronto tú tomaste el camino del interesante momento histórico y social que estábamos viviendo. Recuerdo tu inteligencia, tu sentido del humor, irónico, casi sarcástico, y tu compromiso político y social.
  2. Todos los momentos que recuerdo junto a ti me llevan a un sentimiento de admiración y cariño… Y también de preocupación, por tu comprometida actividad política. Aunque no te lo haya dicho nunca, mi militancia social nació contigo; fuiste mi primer referente de valentía ante la represión y la injusticia.
  3. Pepe, lo de dejar la mente en blanco no sé hacerlo muy bien; menos mal que tú sabes dictarme muy bien las vivencias conjuntas, que se resumen en el cariño y respeto que me transmites cada vez que nos vemos.

 

Nuestro querido amigo ha presentado en este libro la evolución que ha sufrido, mejor, que ha vivido, en su faceta personal y que expresa así: de viejo seminarista a materialista y, por último, a espiritualista. Y, ciertamente, parece que que ha sufrido una proceso que iría desde el dominio de la razón en su juventud al dominio del sentimiento en su madurez; o como dice él en este poemario: un camino recorrido desde el cerebro hasta el corazón.

Sin embargo, yo, que he tenido la fortuna de conocer la etapa “materialista” y la “espiritualista” —dejamos de vernos al acabar los estudios universitarios y no volvimos a encontrarnos hasta 1996; habían pasado diecisiete años—, puedo afirmar, como diría Miguel Hernández, que “la lengua en corazón tiene bañada”. Siempre; incluso en su etapa más política.

Y también sé —continúo con Hernández—, que “como el toro te creces en el castigo”, porque has sido y serás un revolucionario; tu pensamiento ágil está en constante evolución. Recuerdo que, en los años de juventud, cuando a mí me faltaba coraje, tú eras un ejemplo de luchador; ahora, que me sobra la indignación, cada vez que nos vemos, me aportas la actitud de serenidad que necesito.

Pepe, gracias por tu amistad, por haberme permitido compartir contigo este momento tan especial y, sobretodo, porque me has animado, como tú dices, a darle rienda suelta a mis sentimientos, que los tenía amordazados.

 

María Ángeles Perea