Ràdio Estel entrevista a Florenci Bové, filósofo y educador con valores cristianos. Su ensayo, Coses que cal dir, nos seduce con su forma de comunicar: próxima, densa, vital, reflexiva. Estamos, pues, ante una obra enfocada a reflexionar y repensar a los valores en nuestra sociedad actual, aunque esté especialmente dirigido a jóvenes, adolescentes y parejas. Nuestra editorial, que fomenta y cuida del pensamiento y el arte con toda sume pluralidad y en sus matices, valora la trayectoria profesional de Florenci y su inestimable compromiso con la educación en las escuelas y en el ocio.

Os dejamos la entrevista:

Es como si la(s) vida(s) se empeñara(n) en ocultar con velos más o menos densos la luz originaria que emana desde nuestra alma y la poesía tuviera el don de rescatarnos de nuestras propias tinieblas. Y es que el lenguaje poético, antes de serlo, se manifiesta en el alma como una energía luminosa, vital, que se expande a través del aura y que tiene que ver con una sutil purificación de nuestro prisma interior.

Cuando conocí a Antonia Lácoz la sentí poseída por esa antigua luz espiritual, transformada internamente una suerte de lenguaje poético grabado en su alma antes de ser escrito.

Bromeé conmigo mismo retándome a adivinar algunos de los versos latentes que, tarde o temprano, ella acabaría plasmando en el papel. Tuve claro que me encontraba ante una gran poeta… que, según me informó, era totalmente inédita.

A las pocas semanas ya había nacido Dolor y gozo de la rosa. No le costó trabajo: un libro que su alma había ido grabando desde su niñez, preñado de ese perfume memorable cuyo gozo o dolor lejano van perdiendo sus aristas para transformarse en memoria amorosa.

Un parto sin dolor, largamente madurado durante toda su vida: un poemario entrañable rezumando memoria, constatando la floreciente presencia de lo que creímos ido.

Pero aquello que bien podía haber sido el culmen, fue solo un principio. Y a aquella rosa de perfume doliente le llegó el esplendor inusitado de una primavera imprevista: El florecimiento de la rosa, un “milagro de la primavera” cuando creíamos que estábamos abocados al invierno, un milagro semejante al que el bueno de A. Machado sorprendió reverdeciendo el tronco carcomido de un olmo del Duero. Y es que Antonia Lácoz, con su mirada poética ha sabido desentrañar la extraordinaria luz de lo cotidiano, esquiva a la mirada superficial al uso. Tal vez ese sea el mensaje unitario de todo el libro: enseñarnos a ver el destello maravilloso que refulge en cualquier instante fijándose especialmente en la transformación perpetua que nos ofrece la naturaleza en el trasegar de las cuatro estaciones.

Y es un milagro porque la poeta descubre que, bajo lo que llamamos realidad –ya afirmó Einstein que la realidad tal como la concebimos no existe, pues todo es un pasmoso y atómico vacío- hay una esencia real pero inmaterial, impregnada de honda y potente belleza, y que habita en el paraíso anímico de cada cual.

Allá lejos, La Paloma,

evocada en tu  paraíso,

recuerdos-sueños; mar,

viento, infancia, cielo…

atardeceres de profundidad,

silencio. Solo el oleaje,

el viento y los colores

renovados, indescriptibles

del misterio.

La mirada va desvelando el alma de los paisajes, las hondas vivencias que creímos olvidadas emergen al presente con denodada consciencia lírica hasta alcanzar la plena fusión entre el observador y lo observado, entre el alma del paisaje y el paisaje del alma…

Delicadas ramas de  imperceptible

palidez rosa  mecen sus brazos ,

sus cabellos al viento. Los cipreses

son suspiros oscuros hacia

la tarde arrebolada.

Al final, la voz ya no pertenece al poeta, ni tan solo al lector, sino al paisaje mismo, o mejor dicho, a la totalidad, a la fusión cuya voz merodea por el éxtasis:

también piedra, cielo, vida vibrante,

en unión amorosa, en presencia atenta,

dichosa, sin pensamiento.

Sintiéndome uno con este instante

en que centellea  la vida, ya sagrada.

 

José Membrive

El tiempo es mi lengua

 

Fantasía y realidad, al igual que dolor y felicidad, verso y prosa, sueño y vigilia, paz y guerra forman parte indivisible del mismo conglomerado de la vida y solo hay un lenguaje en el que puedan ser expresados sin contradicciones: el poético.

Todas las experiencias pueden ser dañinas o sublimes en función de la mirada que despleguemos sobre ellas.

La mirada poética de Slavi está más allá de su propia individualidad, de su tiempo, de su espacio, de su felicidad, de su dolor, también del nuestro, es una mirada intemporal, cósmica en donde los paisajes, la geografía, son los auténticos protagonistas “los ríos pintan las mañanas y por la mañana la linfa se convierte en espuma blanca, lejos de estos ríos está mi patria. Los ríos son la sangre de mis recuerdos que parece que se derraman en los otros mares… el viento está mezclado con mis raíces, el tiempo es mi lengua…”

Bajo este prisma el amor, la guerra, la muerte el placer, se invisten de un halo telúrico que nos despoja de todo aquello que no es memoria, contemplación, de todo aquello que no está narrado por la intemporal lengua del tiempo.

Y el tiempo narrador prescinde de la rima, del rítmico acento del verso. El tiempo apenas tiene más lenguaje que el de su lento remanso en la memoria del poeta que se confunde con la propia naturaleza narradora.

El poeta, abducido por la voz de la naturaleza, termina siendo hablado por ella, se convierte, más que en su portavoz, en su voz, más que en su mensajero, en su mensaje. La poesía como expresión creada por la madre naturaleza que se dirige a cada uno de sus hijos, como canción de la vida con todos sus claroscuros, más allá de los límites de la individualidad, del dolor o de la felicidad, diluidos ambos en el mar eterno de la memoria poética.

Hablar de lo cotidiano con lenguaje intemporal, hablar de nuestras experiencias, como parte integradora del alma de la tierra es transfigurar nuestra humilde condición, elevarnos a la categoría de lo cósmico, es tejer la poesía con el aliento de cada instante. Para el poeta “El alma es el tiempo. Puede mirar sin los ojos.

“No hay límites temporales ni espaciales, el aquí y el ahora se mezcla con el ayer. Afirma Isabel Rezmo en el brillante prólogo.

Esa inmersión  en la condición cósmica del ser humano, o mejor dicho, en la condición humana del cosmos, exige una metamorfosis en el poeta y, por consiguiente, en el lector. Aprender a vernos, a relatarnos de una manera más esencial, conlleva la adopción de un lenguaje exento de todo artificio, centrado solo en la expresión primigenia, inocente y a la vez lúcida, del susurro anímico, sin más voluntad de rima, sin más ritmo que el de la palabra fontal, inevitable.

Armenia es un país que aún cree en la poesía, que la vive intensamente, en sus escuelas y en sus universidades, país pionero en la adopción del cristianismo como coagulador de la cultura occidental, país que ha mantenido, como el propio poeta, su voz trascendiendo a su dura historia de invasiones y genocidios. Es natural que, en tiempos también de desorientación cultural y desplome de valores obsoletos que afecta a occidente, Armenia nos regale la voz esencial, seminal, renovadora de sus poetas, tan duchos en la contemplación del desplome de regímenes socio-políticos que parecían invulnerables.

Slavi también ha tenido que hacer frente a situaciones crueles, como soldado en Siberia del ejército ruso. De todas sus heridas, de su fuerte tradición en la mirada trascendente, y de su enraizamiento en el dolor y en el amor es de donde surge su propuesta renovadora, su manera de reinventarse la poesía para que podamos reinventarnos a nosotros mismos.

Días de paz, exige ser leída con mirada de niño, pero también con la mirada valiente de quien esté dispuesto a ver más allá del prisma egocéntrico que tanto daño a la poesía y a la sociedad contemporánea.

 

José Membrive