Texto de Trini Casas
El lenguaje poético y el lenguaje matemático constituyen la cumbre de la sensibilidad y la inteligencia humanas y son obra de milenios de trabajo esforzado; por eso es tan importante explicar a los jóvenes que a la poesía hay que ir a desahogarse pero a través del conocimiento. Confieso que, como amante entre todos los géneros de la literatura de la lírica, del género de la subjetividad por excelencia, siempre es un reto encontrar los ecos de la tradición en los poetas que descubro y ver la manera cómo los han asimilado; y no por mera erudición, sino por constatar hasta qué punto el poeta alcanza a renovar el llamado “lenguaje literario” o, lo que es lo mismo, hasta qué punto ha procurado distorsionar la matriz ideológica que, de forma inconsciente, produce nuestros textos, cualquier texto. Con Teresa Martín Taffarel, profesora, he disfrutado de la presencia de otros poetas de una manera particular: por la hondura con que los ha asimilado y por la dolorosa distancia que marca su diferente circunstancia histórica.
Así el referente humano que poetiza Teresa nada tiene que ver, por ejemplo, con las certezas de La voz a ti debida de Pedro Salinas: véase en la confusión de los pronombres en el poema nº 3:
A quien yo sé y él no
Él debiera ser tú
a cada lado del mensaje.
Tal vez seas tú y no lo sabes
y te vuelves distancia
en esta gramática incoherente.
“Tal vez seas tú y no lo sabes “, el pronombre de segunda persona del singular, el pronombre de la intimidad y la conciencia de individualidad por excelencia, se confunde con el mar esto es, con la masa inconsciente (símbolo antiguo de la muerte) a través –también- de Juan Ramón Jiménez-:
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Has escrito un libro-homenaje a los poetas que tanto amamos: sobre todo al Bécquer del encuentro quimérico:
Traíamos desde el sueño palabras confundidas.
Yo separé las mías para dejar abiertos los canales
y las guardé con cuidado en mi silencio.
Después todo sucedió
como si estuviera escrito en un lenguaje extraño.
Esperé que dijera la única palabra,
que afrontara los significados,
pero cerró los ojos y los labios
y se quedó callado.
Había enredaderas en los muros,
se dispersaban los vencejos
y el viento orientaba los reclamos.
Tal vez no quiso cambiar el orden de los tiempos,
prefirió no indagar en mi silencio ni en el suyo.
…
A Antonio Machado, Juan Ramón J., Neruda o Borges… y, siendo tu tema y tu tiempo histórico tan diferente al de ellos, has sabido decirles lo agradecida que estás a su magisterio y nos has reflejado en los espejos de tu y su sensibilidad a todos nosotros.
Cuando leo poesía siempre voy en busca del personaje que hay detrás de los versos, a veces leo a los poetas desconocidos y –misteriosamente o por causa desconocida, mejor dicho -se me aparece el personaje que todavía no he empezado a buscar. ¿Quién hay detrás de los juguetes inquietantes, del niño con cabeza de muñeco entre los dientes de Charles Simic?
Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,
muy mordisqueado,
la levantó para que la viera.
Los dos sonrieron con una mueca.
(De «Hotel Insomnia», 1992)
Detrás de casi todos los grandes escritores europeos del S. XX, está el holocausto. Los escritores judíos de Centroeuropa exiliados. Siempre lo hemos sabido y –cuando ahora los releo- me afirmo en la idea de que sufrimiento y gran lírica van de la mano siempre…El “exilio” de Martín Taffarel lo desconozco porque no somos amigas personales y ni siquiera he querido preguntar al Google; de lo que sí estoy segura es de que se trata de un exilio profundo: ella en esta obra se ha exiliado del día; es decir, del mundo donde el ser humano se aparece solo como vanidad, superficialidad, cuerpo vacuo incapaz de comunicación
y sí aprendí que el tiempo de los soles,
es propicio a los alejamientos
¡Ay! de esos egos hinchados de los poemas 22 y 23! O el mismo poema 42, cuyo título lo dice todo: “A una mañana triste”
Amor, en el más amplio sentido de la palabra, y lucidez son aquí términos antitéticos; es la noche y la madrugada, cuando los espejos son más neblinosos, el momento propicio para los encuentros hacia dentro (hacia la verticalidad, como apunta en su excelente prólogo el poeta Carlos Skliar y hacia los otros, humanidad dormida), hacia esos “quienes” inquietantes (donde podemos reconocer al ser humano de nuestro tiempo deshumanizado) y hacia el yo poético que se queda al borde de su subconsciente, sin llegar a su centro porque no está dormido, solo en duermevela. Como D. Antonio Machado, que creo leyó a Freud, nuestra Teresa que, como buena argentina, conocerá seguro al padre de la psicología moderna, tampoco abre esa puerta. Luego me pregunto lo que Machado se preguntaba a sí mismo: si la voz es la voz de un impostor o es su voz verdadera. La psicología nos dice que el poeta se toma en serio sus fantasías, como los niños cuando juegan: tienen algo dentro y lo objetivan; cuanto más adentro sean capaces de llegar (a su inconsciente, a sus traumas, a todo lo feo que no nos está permitido decir) más auténtico y más conmovedor será el poema y, si surge del inconsciente genético compartido por todos, se convierte en poema terrible, en flor del mal.
Desde luego, solo desde la autenticidad puede crearse esa plasticidad inolvidable de la soledad que M. Taffarel nos ofrece en el libro: una mujer que empieza donde la mujer sola de Hopper termina…cuando llega la noche y se acuesta (y puede hacerlo sola o acompañada de un amante o de diez amantes y no por ello dejar de estar sola) y es entonces cuando empieza lo bueno: la aparición de todas las presencias fugitivas: “y cuantas veces voy a tocarte/te desvaneces” y en Teresa:
Busco las líneas de un dibujo
para desencantar su imagen,
acudo a las partículas de un rostro
que andan dispersas en pedazos de espejos,
intento exhumar algún indicio,
y solo me queda entre las manos
un puñado de palabras mudas.
Creo que el tema dominante en este libro de poemas es la imposibilidad de comunicación; la búsqueda titánica de una relación auténtica que siempre se frustra por el desencuentro en el espacio o en el tiempo o en la dinámica de cada vida; los seres son sombras porque no son sinceros o no se muestran.
En fin, hay un momento en que parece que tendremos una posibilidad de salvación; así, en el poema 35: “tú vienes a instaurar posibles nombres…” (ahí tenemos al poeta demiurgo, al creador de “Intelijencia dame el nombre exacto de las cosas”); pero, como ocurre siempre en este poemario de la contradicción..(“amaneció más noche todavía” o “en la secreta oscuridad del alba”), en este poemario de la imposibilidad, en el nº 36, se nos dice que “antes de nacer los nombres se extinguieron…”
Esos “quienes”, esos pronombres relativos –cuyo antecedente solo puede ser personal- son herméticos por voluntad propia o quizá no se abren porque no hay nada en su interior, porque – como nos enseñó en la UGR el profesor JCR- el sujeto burgués, que surge al abrigo de una ideología y unas condiciones socio-económicas muy determinadas, hoy no interesa ya al capitalismo global que ha apostado definitivamente por el ser masa consumista y ciego.
Creo que vosotros, los poetas, sois la resistencia.
Tenaces, solos, quizá incomprendidos, “sorteando este vértigo de espejos” como dice el poema nº 10. “Todo en ti es un fraude”: terrible verso, tras el cual adivinamos la cadena de mercado que ha hecho del ser humano una moneda de cambio. Y esa preciosa reivindicación de la calidad frente a la cantidad de nuestro mundo avaricioso del nº 30:
“nunca se habrá perdido casi todo
porque se habrá salvado casi nada”.
Teresa, los duendes de tu vida se han metido también en el disco duro de tu ordenador y te honra que –con todo el humor, toda la inteligencia y toda la resignación del mundo- los consideres como de la familia.
Voy a leer el último poema, el conmovedor poema nº 45, que dedicas a ti misma y que es el poema que cualquiera nos escribiríamos, que yo me escribiría si supiera escribir poesía; el poema de los que estamos cada vez más cerca del poniente, pero no nos resignamos porque ahí, fuera de nuestro espejo, otros espejos nos esperan:
A mí misma
A veces reniego de no ser mañana,
de estar en el ayer,
de no volver a tiempo
para encontrar el sabor de la alegría.
Y reniego también
de andar entre imágenes dispersas
sin rozar el poniente
porque a los ojos
les falta el riesgo del azul.
Después
voy aceptando los murmullos de la casa,
el rincón donde duerme algún niño perdido.
Y me acerco a mí misma en un lento reflejo
para decirme algo,
para ver en la noche cómo lloran los árboles
que vuelven del ayer,
para hacerme mañana cada día
y escuchar otras voces
y sentirme crecer en los espejos.