ES TIEMPO DE FLAMENCO Y LETRAS

Texto presentación de la novela Carcelera de Pedro, el Cojo

Mi querida España, esa España mía, esa España nuestra, cantaba Cecilia en el 75, de alguna forma coloreando, todavía en acuarela, una democracia que, tan frágil y tan tierna, quería empezar a mirar la vida y su sentido, desde el vientre de la madre nueva, desterrando aquel tiempo enconado de olvido, dolor, silencio y odio.

Tiempo de Nodo y flamenco, en el que tocaba soñar en colores y vivir en blanco y negro, como las fotografías de los abuelos, acumulando siglos, como surcos en la tierra y en los rostros, en la caja de lata del Cola-Cao, con dibujos de pagodas y caracteres japoneses.

Un tiempo y un país, que años antes de Cecilia y su melancólica esperanza, entre coplas y boleros, fandangos de Huelva y alegrías de Cádiz, rumbas y farrucas, se comía su miedo y su hambre, a golpes de silencio, esperando un golpe de suerte en “Doña Manolita”, o goles visitantes en el Bernabéu, para mitigar los latidos de una posguerra, que no perdonaba, ni para bien, ni para mal, ni a vencedores, y ni mucho menos a vencidos, porque ninguna guerra mejora, ni futuros, ni presentes.

Tiempo para ser joven y viejo a la vez, para soñar y llorar, para callar o rezar, para gritar o morir, para pagar por la vida, su favor, o sus miserias, desde la dignidad o la soberbia.

Tiempos de amor y resistencia para que Pedro y Fina, como tantos, como tantas, diesen vida a la vida, desde su historia y sus historias, con la banda sonora del Flamenco, nuestra expresión artística más genuina, la más desgarrada y precisa, que de sus letras al pairo de los siglos y sus vaivenes, clavos brotan, para no detener la primavera de los sueños, corta como la propia vida, que hoy se expone novelada

Flamenco, que es la voz de quienes no tienen palabra, la palabra de quienes no pueden alzar la voz, la literatura de los vencidos, que sobre cualquier derrota, su felicidad humilde reconstruyen, con adobe de risa fresca y cante viejo.

Y como el Currito el Palmo de Serrat, disculpen mi insistencia musical, pero la vida es siempre cante, canción, sonanta o copla, Pedro el Cojo, funambulista de guitarras y botellas, su vida entrega a este romance, gestado entre las cárceles del alma, habitando este libro que hoy presentamos, puro azar o pura causa, en el Día Mundial del Flamenco, y en Algeciras, “Ciudad Paco de Lucía”, donde Ángel Morán, un gaditano criado aquí, refundido en Londres, Huelva y Madrid, pero curtido en letras, amor y vida en Barcelona, a compás, a sangre y fuego, nos regala una novela fundamental, para volver a ser jóvenes y viejos a la vez, en Flamenco y en familia.

Y es que, todas las sagas no terminan con los Corleone, ni se estancan en Palermo o en Sicilia, que padrinos y sicarios hay en todas partes, en cada país y en cada hambre, en cada trago largo de alcohol que envalentona al hombre, hundiendo a la persona, en cada presidio, o en cada tormento personal e intransferible, en Benamacín o en Barcelona.

Porque cada familia, y así piensa, cuando piensa, Pedro Romero Baena, debe asegurar su saga, se recuerdo, su futuro o su memoria, en nombres, sueños y apellidos, en guitarra o en balón, sobre el escenario o el césped, por encima de la vida y sus conjuros, reconquistando las remotas alegrías, o las pequeñas certezas cotidianas.

Y a los pies de este árbol genealógico, cuyas ramas son los palos del flamenco, entre veladas reflexiones del autor, en boca de Luz, de Juanillo, de Fina o de Miguel, donde la palabra es nutritiva y necesaria, como clavo o como verso, como taranta o soleá, nos sentamos a la sombra fresca de la historia, rememorando, entre apuntes dolorosos de machismo y sumisión, los veranos eternos de la infancia, las noches sin días de tabernas, tabancos y colmaos, donde fluyen el flamenco y la vida, goles del Jerez y el Español y rondas en el Barrio Chino.

Y a sentir, y a entender la pena jonda, que a la cárcel física lleva, suena El Chato de la Isla en el pickup familiar, y a entonar un hermoso canto libre de supervivencia, respiro y libertad, ahora le llaman resiliencia, que también es agradecimiento, reconocimiento y memoria , a los hombres y las mujeres, sus oficios y sus artes, sus desplantes y sus penas, que con sus rebeldías abotonadas, encendieron siempre la luz del Sur, en dedal o esparto, en palustre, o en anzuelo, en tierra extraña o en barrio propio.

Gente que Pedro el Cojo, cantaor de hambre y vocación, representa, y a quiénes la vida, media vida aún les debe a jornal fijo, como esta novela al flamenco, o el flamenco –siempre agradecido y poco comprendido- a esta novela, certeramente editada a tiempo.

Tiempo de vida y de flamenco, de resistencia a milagro puesto y estampita bendecida, donde a tonás de tinta, en yunque, seguiriya y fuego, el alma suena y el corazón sonríe a los años que como pañuelos blancos, o gaviotas, en cada puerto, en cada cuerpo, siembran sus adioses.

Y porque todo los sueños, cine son, y Montoyas y Tarantos, Romeos y Julietas, Tonys y Marías, continuamente reescriben en carteleras, corazones y pantallas, sobre los blancos lienzos infinitos de Blanca Orozco -cronología del tiempo que vuela sobre el tiempo y su flamenco- sus eternas historias de amor, sinrazón, venganza y muerte, postrado ante sus textos les confieso, que “Carcelera de Pedro, el Cojo”, también es cine, y también es una historia de amor, robada al sueño y sus designios

Y es que… ¿Qué novela grande no es una historia de amor, tortuoso, puro o imposible?, como esta trama de amor y de flamenco, pero esta es una historia de vida, en todas sus manifestaciones y con todas sus connotaciones, escrita, tal vez por bulerías.

Historias, amor, flamenco, pasión, sacrificio y vida, en un país en llamas, moldeado en tiempos convulsos, pero a la par esperanzadores, de presente y sueños nuevos, que sin saberlo, llora por peteneras, entre ducas y pesares, y canta por alegrías, como ayer y como siempre, sin dejar de creer que con todo cambio social, algo mejor llega, como un buen cante, como un buen libro.

O será también, que las penas con flamenco son menos, y que el flamenco es pan para saciar las hambres de dignidad y de justicia, desde su ancestral belleza y formas, y que en este caso, engullimos como una novela, desde esta historia de presidios interiores y juicios externos, que del flamenco nace, como el pan nace de la harina.

En fin, futuros lectores, han de saber que Luz tiene su documental, que una seguiriya suena en el Palau, que los nietos sabrán de sus yayos, que en una carcelera, cabe Pedro El Cojo, y que este libro es testimonio de personajes y de vida, en flamenco y alma, pero principalmente una novela grande, para que un día, alguien la cuente, la proyecte o la cante…. por carceleras.

Y para terminar, me gustaría compartir una alegría muy personal, en clave de cultura y reflexión, en tiempo de flamenco y letras, la feliz certeza, de que si conviven los dos grandes géneros musicales de la música periférica y racial del alma en el mundo, el Jazz y el Flamenco, y el Jazz, tiene sus novelas y en ellas suena, el Flamenco tiene hoy la suya, “Carcelera de Pedro, el Cojo” de Ángel Morán, y en ella vive.

Aunque esto no es una novela, porque quien lee este libro, está leyendo a un hombre, saldando deudas comunes con siglos de flamenco, cultura y libertad.

Feliz Lectura, a literatura abierta, canturreando bajito, con las cosas del vivir.

MIGUEL VEGA

Coordinador de Actividades Culturales del Ayuntamiento de Algeciras