La luz violeta de Alia: entre lo humano y lo divino

De los híbridos tipo Frankestein se pueden tener diversas opiniones. Y aunque hay mixturas que denotan un total sinsentido, la grandeza muchas veces es sinónimo de diversidad. Así sucede con Alia, relato que escapa de las fronteras de su propio género. La convergencia de la novela histórica y el relato fantástico dan frutos ácidos, pero atractivos. Seguimos desde la adolescencia, la vida de la joven Alia, mulata de raíces cubanas, hija adoptiva del aristócrata Nicolás de Fontenebro.
Una historia desmenuzada con exhaustividad, tintes de humor negro y constantes quiebres narrativos. Su lectura provoca un recorrido estimulante para el ojo lector, tanto para los acostumbrados a la novela como para los asiduos a la Historia.
La trama se desenvuelve en Madrid y da una perspectiva más o menos panorámica de lo que fue la invasión francesa de Napoleón en España. La tensión política es un hecho común, pero cala de distintas maneras en los personajes. A pesar del exotismo que presenta Alia para su época, no deja de ser hija de su clase. Ha recibido una educación exquisita, enfocada sobre todo en la física, la filosofía, la metafísica y la astronomía, ámbitos también propios de su padre. Sin embargo, la presencia del ama de llaves, doña Paola, envuelve a Alia en ese cariño de la madre que nunca tuvo… una cercanía extraña y antigua la une a la sirvienta, con quien ha compartido una amistad distinta a la aversión que suele manifestar por el resto de la servidumbre. Porque Alia, además de sus privilegios, cuenta con defectos muy humanos que superan el estereotipo de la superheroína. De su juventud brotan la pasión, la ira y el arrebato. La vemos madurar a lo largo de la novela y esa empatía, a ratos incómoda, hace que nos identifiquemos con su personalidad arrolladora. Pareciera ser que el púrpura de sus ojos atraviesa la mirada del lector. Y nos atrae su humanidad imperfecta, su condición de mujer independiente, segura, en contraste con una sociedad católica y conservadora en la que sus amigas se rinden al matrimonio o al convento como si no hubiera otra salida.
Acompañada de su yegua Tormenta, Alia tiene ese carácter quijotesco de querer y buscar, de no quedarse quieta, de responder ante la humillación y ser fiel a su misión vital. Como un caballero al galope indeciso de su Rocinante, Alia carga a sus cortos diecisiete años con una herencia de nombres imprecisos: “Alia de Fontenebro, destinada para algo” le dice su propia intuición. Un algo que junto a ella iremos descubriendo en un camino guiado por la acorazonada y la adrenalina.
La Catwoman española de inicios del siglo XIX trepa por la ciudad como un gato cuyo cuerpo se ha acostumbrado a las alturas, al amor fugaz y ambivalente, a las emociones que embargan cuando se está en los bordes del abismo. Tan natural como comer o dormir, es para la muchacha modificar la curvatura de las líneas del universo, vencer en un par de saltos a su maestro de esgrima, escuchar con oído amazónico los instintos de su organismo. Incluso gestar junto a la duquesa de Berwick un memorable intento de asesinato. Se prepara para tender una emboscada nocturna en la habitación de Napoleón como quien sigue el designio de su vida, esa estrella que le marca la mirada y la dirige hacia grandes objetivos.
El deseo tambaleando entre el amor y el odio por un soldado francés, la curiosidad inagotable por descubrir los orígenes, la llegada de un extraño tío que viene a aclarar mucho más de lo que pretende y los poderes sobrenaturales que le brotan por los poros, teñirán el relato de suspenso e intriga. Una intensidad in crescendo de la que es muy difícil escapar. ¿Estamos dispuestos a conocer el corazón violeta de Alia?

(La literatura como arma de indagación transformadora)

Con el término nivola, aplicado a su obra Niebla, Miguel de Unamuno, quería marcar la diferencia entre la indagación del mundo interior que planteaban algunas de sus obras frente a la novelar realista clásico.

Unamuno pensaba que la novela al uso se había incapacitado para explorar lo realmente esencial en el ser humano, su entidad profunda, individual, esencial.

Niebla narra la historia de Augusto Pérez, un personaje hosco y filosófico que se enamorará de Eugenia, y consagrará sus esfuerzos para conquistarla.

Te quise ayer, la última novela de Luis Anguita, es la historia de Marcos, un personaje huraño, solitario, que se enamorará de Sofía y consagrará sus esfuerzos a conquistarla.

Tanto Unamuno, como Luis Anguita, y sus protagonistas respectivos parecen más interesados en el universo interior, personal e intransferible, de cada uno de ellos, con sus respectivos problemas, que el análisis de los condicionamientos sociales y la culpabilización colectiva que en la que suele enredarse el novelar al uso.

Ambos hilan sus obras como «relatos dramáticos acezantes, de realidades íntimas, entrañadas, sin bambalinas ni realismos en que suelen faltar la verdadera, la eterna realidad, la realidad de la personalidad» como define el propio Unamuno a las nivolas.

Curiosamente, Unamuno, concibe que a la novela realista le falta lo esencial: “la eterna realidad de la personalidad”.

El cambio de enfoque supone también un cambio en la forma y en la estructura del novelar: Ambos autores dan prioridad al contenido sobre las forma, y caracterizan a sus personajes por un único rasgo de su personalidad, una idea o una pasión que los catapultan a una especie de intro-revolución, que les permitirá afrontar el caos.

En realidad, se trata de una rebelión de los personajes en contra de su propio destino.

Consecuentemente, ambos acaban enfrentándose, a vida o a muerte con sus propios autores en el caso del unamuniano Augusto Pérez, ya se sabe, pierde la batalla al intentar cambiar el guion para salvarse a sí mismo.

Marcos va mucho más lejos: no se conforma con cambiar el final, se apropia de la pluma y se proclama autor de la novela para reescribirla, reescribirse y recrearse a sí mismo. ¿Resultado? Eso pertenece al secreto del sumario que el lector desvelará; lo importante es el arma que utiliza Marcos para trazarse un destino digno: la literatura.

Personajes arquetípicos

Lo interesante, tanto de Augusto Pérez como de Marcos, es que encarnaran la quintaesencia del ser humano contemporáneo condicionado por  una sociedad experta en la manipulación mediática, en el adocenamiento y en la asfixia del mundo interior, individual, intransferible de cada cual.

Ambos personajes se rebelan contra el prosaísmo sofocante, contra la dinámica del economicismo que extirpa todo cuanto no es útil para convertirnos en máquinas productivas.

La literatura como medio de liberación

Y la originalidad de Luis Anguita y de Marcos (en este caso coinciden autor y personaje) es la elección del arma escogida para salir del marasmo: la literatura, la novela re-escrita a cuatro manos entre ambos utilizando la técnica “nivolista” de dejar que sea el factor interno el que marque la pauta. Ambos ponen la fe en la preponderancia de la inspiración interna sobre las preocupaciones laborales o el papel social algo totalmente revolucionario en estos tiempos de practicismo economicista.

No existe vida privada sin un guion íntimo, personal, que dé sentido al universo particular, no existe singladura vital si no es nuestra propia mente la que la promueve, si no son nuestras propias manos las que se encargan del timón.

Solo podremos cumplir nuestros proyectos cuando se nos hayan sido revelados por ese sueño de los despiertos que se llama lenguaje interno, conciencia personal. No podremos plantar nuestros designios si previamente no hemos cultivado un plantel interior, mediante la palabra inspirada.

Este es el mensaje “nivolístico” tanto de D. Miguel como de D. Luis y sus respectivos personajes.

En “Te quise ayer”, el cultivo de la literatura permite a Marcos desamordazarse, liberarse del eco del rebaño para forjar su propia voz, canalizar la riqueza de los sentimientos que hasta ahora permanecían asfixiados. La literatura como plasmación y realización de nuestros sueños, como oráculo imprescindible para conocer nuestras facultades, para liberar nuestros miedos, para tender redes de luz que nos conecten con los otros, pero también como medio de dotar de trascendencia a nuestra existencia, como manera de fijarla, más allá de nuestros límites biográficos. La creación literaria como recreación vital, como liberación del silencio de los corderos.

No existe viaje sin guion previo y quien lo escribe marca el destino. Marcos decide hacerse dueño del relato de su propia vida, activar el último recurso (“nos queda la palabra”) y con su ejemplo invita al lector (un lector es siempre y necesariamente un re-escritor) a hacer lo mismo: a dejar que sea la voz interior, la más auténtica de cada uno, la que modele la singladura, la que haga aflorar el mundo afectivo, interior, la que desvele el rico mundo sentimental que haga posible, como el olmo del Duero, el milagro de nuestro reverdecer como personas.

Hay otras muchas motivaciones por las que leer Te quise ayer, personajes robustos (el tío del protagonista), tiernos (Sofía), lúcidos (Elena, la librera), pero, aunque solo fuera por esta reactivación de la nivola, por la rebeldía literaria, transformadora, deberíamos leer esta obra y, lo que es inevitable, poner en marcha nuestra propia nivola vital.

José Membrive

Violencia de género
Diez años. Un día. Siempre un después…
de Mariaje de la Torre

 

Hay novelas de cuyas páginas dejan escuchar lamentos torturados de sus personajes y su rumor, aun con el libro cerrado, permanece incesante en la estantería, sin opción al silencio.
Algo de eso ocurre con Diez años. Un día. Siempre un después…
Estamos ante un tratado novelístico del sufrimiento humano derivado de una vida descompensada en pareja.
Podría decirse que el libro trata sobre violencia de género, pero también sobre el vampirismo afectivo que envenena las relaciones sentimentales en occidente y que nos están abocando a una sociedad de solitarios.
La gran virtud de la novela es que los personajes no se paran ante planteamientos teóricos ni culpabilizadores, sino que afrontan las dificultades del día a día con ánimo de superación. La facultad de aprender de las adversidades, la paciencia, la esperanza, la fortaleza interior… son virtudes poco predicadas y menos practicadas, que, a la larga, producen una literatura dura, saludable, esperanzadora.

 

José Membrive